El trono que porta al grupo escultórico del Santo Entierro fue tallado por Francisco Palma Burgos, el propio autor de las imágenes. Sale por vez primera en 1947.
Tiene dos cuerpos. El de la base añade a su trazado rectangular sendos ábsides en el centro de los lados menores, así como grandes orejones en cada esquina.
El segundo cuerpo, muy alto, es de planta rectangular con orejones también en los ángulos. Va delimitado arriba por un doble conjunto de molduras de perfiles muy acusados. Lleva en los extremos de los lados menores sendas volutas, de rico labrado, que recuerdan a las ménsulas, y en el centro, una cartela. En los costados mayores, sobre tres recuadros muy sencillos – mucho mayor es del centro – y de fondo pintado de oscuro sobresalen una gran cartela en el centro y los lados sendas águilas que sostienen con sus garras otros pergaminos en los que van pintados distintos símbolos pasionarios.
El trono del Santo Entierro es una más de las obras monumentales de Palma Burgos. Sencillo en su concepción volumétrica, sus riquísimos labrados vienen a atestiguar el empuje y la fuerza de un artista que por entonces estaba en plena madurez creativa.
En 1955 se reforman la talla y el dorado del trono del Santo entierro. Quizás fuera entonces cuando se quitaran de las esquinas de la plataforma superior sendos faroles y se sustituyeran por los pergaminos ya descritos.
Casi cuarenta años después, en 1992, es restaurado de nuevo por Ramón Cuadra.
En 2003 se reforma su iluminación y por Alfonso Cobo Díaz-Cano son doradas en su primera fase las cartelas (hoy concluidas). También se le ponen faldillas nuevas de terciopelo negro en lugar de las anteriores, de color granate.
El trono actual es obra de Ramón Cuadra Moreno y data, como la imagen que lleva, de 1965. Costó su ejecución 125.000 pesetas, a cuya cantidad deben sumarse 5.000, por el chasis; 10.000 de los candelabros del trono, pagadas a J. Salido; y 3.104´90, de la losa de mármol, amén de otros gastos. Todo ello hizo un total de 213.104´90 pesetas.
Es de madera tallada, con partes doradas y otras en su color. Consta de dos cuerpos, ambos de planta rectangular con salientes rectilíneos en cada uno de sus centros.
El primero se remata por una cornisa decorada con ovas, bajo la cual están las faldillas. Estas se cubren con tres cartelas en los laterales y una en los lados menores que hacen la función de sobrefaldillas. En los extremos del frontal y trasera lleva sendas maniguetas.
El segundo cuerpo, de menores dimensiones que el primero cubre sus esquinas con hojas de acanto que se repliegan hacia afuera. Cada paramento, en color oscuro, lleva una cartela dorada en su centro. Sobre su plataforma descansa la losa de mármol negro con vetas blancas cuyos costados van ribeteados de tallas doradas. En cada esquina, hay un gran pebetero, pero con función de antorcha.
En esta obra, Ramón Cuadra viene a demostrar palpablemente que fue un aventajado de su maestro Palma, a quien sigue con fidelidad y extraordinaria fuerza. De carecer de documentación, sólo los muy expertos quizás lograran descubrir que tal obra no había salido del taller del malagueño. Hasta los pebeteros parecen inspirados en los del Trono del Santo Traslado de Málaga, obra de Pedro Pérez hidalgo, que muy probablemente Cuadra no conociera. Tanto fue el grado de identificación conceptual que con su maestro llegó a lograr el tallista ubetense.
Es, en definitiva, un bello trono, muy acorde con el del grupo escultórico que le precede. Se restaura en 1993 por su propio autor, Ramón Cuadra Moreno.